La compra impulsiva, efectos de la medicación


Se unen dos hechos esta semana que aunque inconexos se cruzan en mi mente generando muchas preguntas. Uno es de ámbito prsonal y otro social. Esta semana me han cambiado la medicación. Llevo nueve años tomando un fármaco llamado ropirinol que provoca, entre otras cosas, trastorno de descontrol de impulsos. Este comportamiento psiquiátrico consiste en que el cerebro no opone resistencia a ejecutar acciones por impulso incluso cuando no son convenientes para uno mismo, precedidas por un estado ansioso que remite al satisfacer el impulso y seguidas de la sensación de arrepentimiento y de culpa. Hay muchos tipos de descontrol de impulsos pero el ropirinol causa unos muy específicos: ludopatía y compras compulsivas. Llevo nueve años lidiando con el segundo y es la razón principal por la cual a muchos enfermos de parkinson nos hacen saltar del ropirinol a la levodopa. A pesar de que me inquieta el cambio, la levodopa tiene sus otras rarezas, estoy expectante ante la perspectiva de poder quitarme de encima la pesadilla de ese impulso irresistible por las compras, por mucho que logres poner mil alarmas nunca logras un control total, el ahorro es difícil y las previsiones de gasto son muy complicadas. Desde fuera no es fácil comprenderlo, no es tener la mano rota como se suele decir, se tiene que vivir para entender de qué hablo. Sólo confirmo que el mecanismo neuroquímico que lo produce es tan potente que la única forma de conducirlo es en la mayoría de casos abandonando el ropirinol. El otro hecho que observo estos días es nuestra economía. Durante el confinamiento se ha reducido el consumo a la primera necesidad pero la urgencia de abrir tiendas, restaurantes y reactivar el turismo, a riesgo más o menos grave de nuestra salud y sistema sanitario, prueban que nuestra economía está basada en las necesidades superfluas. A pesar de la castaña que ha supuesto esta crisis para los bolsillos de muchas familias hay más gente ahora haciendo colas en tiendas de ropa o en las terrazas de los bares que haciendo deporte. Me pregunto muchas veces cómo sería vivir en una sociedad en la que las personas salieran de casa sin gastar un céntimo. Hay muchos países que viven así, los consideramos subdesarrollados, carecen de servicios básicos también, pero yo he envidiado todos estos años sus calles sin escaparates y sin bares. Me he preguntado muchas veces si entre la economía subdesarrollada basada en la explotación laboral y la economía del primer mundo basada en el consumo indiscriminado existe un punto medio. Nosotros, con nuestros derechos laborales y garantías de las necesidades mínimas, también somos “trabajadores” explotados. Nuestro “trabajo” es consumir y llevar la tarjeta de crédito en la boca. La economía funciona en base a un tipo de descontrol del impulsos, el mismo contra el que llevo luchando nueve años. De hecho, el neuromarketing existe desde hace algunos años para asegurarse el consumo. Las empresas no dispensan ropirinol pero adoptan técnicas de marketing basadas en los mecanismos neurológicos que hacen que un cerebro necesite consumir cosas materiales y servicios como si fuera cocaína. El mecanismo bioquímico es exactamente el mismo. Y lo peor, el Estado lo fomenta. Es que no es posible otra economia.

Autora; Tere Borque

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