Un trío amoroso

Ay, el amor. Qué bonito es el amor. Y qué difícil puede llegar a ser materializarlo en la vida en pareja. Si, además, hay un diagnóstico de párkinson en medio la cosa puede enredarse aún más. Tanto si uno es joven como mayor, tenga una relación que empieza o una muy consolidada, sea promiscuo o pase de rollos, tener párkinson es un meteorito en la vida amorosa de cualquiera. Las novelas hablan de encuentros y desencuentros, de pasiones fogosas y de compañerismo hasta la muerte, de infidelidades y de celos, de desamor y malentendidos, de reencuentros y despedidas. El párkinson no es muy romántico. En El arte de amar el filósofo Erich Fromm nos recuerda que no hay amor posible hacia los demás si uno no se ama a sí mismo. A nadie le gusta padecer párkinson. Aceptar esta enfermedad neurodegenerativa es aceptarse a uno mismo con un trastorno que forma parte de su persona. Así pues, antes de interrumpir la vida en pareja, el párkinson cambia la convivencia con uno mismo y como un efecto mariposa afecta a tus relaciones afectivas. Para bien y para mal.

NO SOY YO, ES EL PÁRKINSON

Un diagnóstico de párkinson desvela escenarios en la pareja imprevisibles. De repente uno no se siente atractivo y baja su autoestima. De repente a tu pareja no le pareces ese chico o esa chica por el que hubiera cruzado las montañas más altas. Estás preocupado. No sabes si serás un estorbo. Tu pareja también tiene sus temores. El párkinson no iba en el ajuar cuando se enamoró de ti. Hay personas que no están dispuestas a cuidar del otro y una noticia así puede hacerlos salir corriendo. Otras, en cambio, no van a soltarte. Es importante que él o ella asista a tus citas médicas con el neurólogo. Si quiere recorrer un camino contigo tendrá que conocer a ese amigo nuevo que es el párkinson y que ya nunca se va a separar de ti. Este trastorno neurológico influye en el carácter de la persona y la medicación para paliar sus síntomas también. El paciente de párkinson sufre depresiones sin motivo aparente, ansiedad, irritabilidad, trastorno obsesivo compulsivo y otras tantas manifestaciones neuropsiquiátricas que se suman al dolor de sufrir una neurodegeneración en su cerebro. Estas interferencias pueden generar tensión en la pareja. De repente, al paciente de párkinson no le apetece hacer esos paseos por el monte que os gustaban tanto. No tiene ánimo para ir de marcha con vuestros amigos. Está apático. Todo le molesta. Las conversaciones acaban en discusiones. Está irritado. Come más de la cuenta, gasta más dinero. Los trastornos del descontrol de impulsos causan estragos. Le da por ordenarlo y cambiar las cosas de sitio en casa. Se pasa las noches en vela haciendo figuritas con palillos o enganchado a la tablet. Se obsesiona con tonterías. No es que el paciente no le ponga voluntad a la relación de pareja, a veces es que simplemente su cerebro está descontrolado. Esta sintomatología puede gestionarse mejor con la ayuda de un psicólogo que entienda la enfermedad y su biomecánica. Sin embargo, nadie nace enseñado. Para el enfermo de párkinson todo es tan nuevo como para su pareja.

NO ES POR TI, ES POR MI SALUD

Piensa en ti. Lo primero es la salud. Cuídate. Son consejos que nos damos todos los días. En el trabajo, en la familia o entre amigos. Bueno, pues tenemos que aplicarlos. Cuidarse uno mismo es mejor para tu felicidad, bienestar y salud, pero también es un gesto generoso hacia los demás. Un paciente de párkinson que se cuida retrasa en el tiempo el avance neurodegenerativo y ser una carga para los que más quiere. El amor no puede con todo y las ganas de que todo vaya bien no son suficientes. Uno tiene que estar bien y rodearse de actividades y personas que le ayuden en esa misión. En el caso de tener que lidiar con una enfermedad aún con más razón. Los enfermos de párkinson empeoran especialmente con el estrés, laboral y emocional. Tienen problemas para planificar sus tareas. La tendencia a la depresión o la ansiedad influyen directamente en su lentitud motora. Al deshojar una margarita, me quiere, no me quiere, me quiere, no me quiere… uno puede verse abordado por un nuevo dilema, menos romántico. Me conviene, no me conviene, me conviene, no me conviene… En una sociedad marcada por la herencia del amor romántico llegar a esa cuestión puede parecer egoísta o demasiado práctico. Sin embargo, es una duda lícita puesto que un párkinson augura una vida lo suficientemente complicada como para tener que convivir con una persona que más que facilitar las cosas, las dificulta. Para gustos colores, nadie tiene derecho a condicionar la vida amorosa de nadie. Si bien es cierto que un compañero o una compañera inestable, poco comprometido con la relación o desconsiderado con tus necesidades y dificultades podría convertirse en una fuente de problemas para tu salud.

BUENA COMUNICACIÓN

La comunicación es básica para la convivencia. Es de cajón. El problema es que muchas veces no es fácil. Se presupone que un enfermo de párkinson tiene que comunicar más, le están pasando muchas cosas, su vulnerabilidad es evidente, y la pareja quiere conocerlas para ayudar o saber a qué atenerse. Pero tener la enfermedad no significa que seas neurocientífico. Muchas veces el paciente no sabe explicar lo que le ocurre, ni siquiera cómo se siente. Es posible que se haga el fuerte, y la pareja interprete que todo va bien. Otras veces se desmoronará y la pareja creerá que es peor de lo que es. Si le dices que todo irá bien, se enfada. Y si te preocupas por su futuro, también. El enfermo de párkinson tiene miedo, hay quien acepta mejor la enfermedad y hay quien le da la espalda, hay quien sabe reconocer mejor sus síntomas y hay quien se siente desorientado. No es fácil estar enfermo ni tampoco reconocerlo. Además, uno quiere gustar a su pareja. El párkinson, a bote pronto, resta sexapil. Requiere mucha fortaleza y seguridad en uno mismo, dejarle entrar en casa como parte de uno mismo así que muchas veces el paciente quiere mantenerlo al margen. Por todo esto, la comunicación sincera y clarificadora del que padece este trastorno no es la esperada. Entonces, surgen malentendidos o zanjas en la convivencia. Tampoco es fácil ser la pareja. No tiene párkinson pero el futuro que avistaba con su enamorado a  enamorada también se ha llenado de lagunas. La pareja puede ayudar siendo paciente, mostrando también la vulnerabilidad que seguro siente al ver a su compañero sufrir o reconociendo sus temores. El párkinson lo padece uno en sus carnes, pero impacta en todo un entorno. El enfermo de párkinson no espera que nadie lo salve, ni que su pareja se comporte como un neurólogo o un fisioterapeuta o un enfermero. Comunicación es también compartir, al mismo nivel, las dudas e incertezas que surgen  durante la vida. Nadie es perfecto. Las imperfecciones nos hace humanos. Compartirlas humaniza nuestras relaciones y las hace más realistas.

Si quieres leer más sobre la convivencia de una relación de pareja con la Enfermedad de Párkinson te recomendamos este artículo de Parkinson’s UK 👇🏻

“Being in a relationship”

Autora: Teresa Borque


 



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