Silicon Valley, valle dopamina


Uno de los documentales más vistos actualmente en Netflix es “El dilema de las redes”. En él ex trabajadores y ex altos cargos de las principales empresas de internet despotrican contra el monstruo que han creado. Son los arquitectos de Facebook, Instagram, Pinterest, Twitter, Google, etc. Las redes sociales son drogas, dicen. Sabemos que enganchan. Pero es el cómo enganchan lo que es perverso. En el nudo del documental desvelan la madre del cordero. Dopamina. Las grandes empresas de internet conocen muy bien el funcionamiento neurológico de nuestro cerebro. De hecho, se sabe que hay neurocientíficos asesorándolas para ganarse nuestra atención permanente. El neurotransmisor encargado de engancharnos a las redes sociales es la dopamina. Sin embargo, en el documental, la explicación neurológica a este fenómeno queda reducida a una estigmatización de la dichosa dopamina. Y la realidad no es tan simple.

Lo primero que no tenemos que perder de vista es que la salud mental está basada en el equilibrio. Ni mucho ni poco, lo justo y necesario. La falta de dopamina tiene un nombre y es Párkinson. El exceso de dopamina tiene otro nombre y es esquizofrenia. La dopamina es necesaria para moverse, para estar motivado, para planificar el tiempo, para estar concentrado, para ser creativo y para aprender cosas. Entre muchas otras cosas. Sin dopamina, uno pierde precisión motora, ralentiza su reacción física, se deprime, su mente se dispersa, se vuelve apático. Demasiada dopamina provoca una hiperactividad excesiva, una sobreestimulación de los sentidos, trastornos de obsesión y comportamientos compulsivos, falta de atención, alucinaciones y paranoias. Muchos enfermos de esquizofrenia no quieren medicarse porque los fármacos que usan para reducir su dopamina les hace sentir una ameba. Y a muchos enfermos de Párkinson los medican con mil alertas porque los fármacos que se usan para aumentar su dopamina los convierte en una bomba de relojería.

Dicho esto, y volviendo a las Redes Sociales, las estrategias publicitarias y empresariales para manipular los niveles de dopamina hacia el exceso son múltiples, variadas y sigilosas. Estamos rodeadas de ellas. O, dicho de otro modo, nos la meten doblada. La actividad dopaminérgica del cerebro se basa en la recompensa, a grandes rasgos. La satisfacción que produce un logro activa dopamina en el cerebro. Por eso, un enfermo de Párkinson que padece apatía tiene que obligarse a hacer cosas placenteras para aumentar su motivación. Aunque parezca contradictorio, la satisfacción que llega después del placer libera la dopamina que también necesita para caminar. Por eso también, cuando no puede salir de la cama tiene que arrastrarse hasta el gimnasio porque el efecto de recompensa de un esfuerzo físico también libera dopamina. El mismo esquema siguen en las rebajas. Uno se siente premiado cuando encuentra un chollo. Pero seguro que tras adquirir ese chollo buscará otro. Por ese efecto recompensa. Las tragaperras hacen lo mismo. Y también los videojuegos. Digamos que el cerebro es un adicto a eso de “Well Done!”, “Bien hecho!”. Cuando hace algo bien quiere repetir. Los “Me gusta”, los corazones, los retuits, los seguidores de las Redes Sociales son muchos “Well Done” para el cerebro. Las grandes empresas de internet crearon estos botones para acaparar toda la atención de nuestro cerebro. Nuestro cerebro también se engancha a las oportunidades de Amazon, a las respuestas de Whatsapp, al siguiente capítulo de Netflix que te sacará de dudas sobre cómo acabó el anterior, a esa notificación que aparece en un globo rojo en la pantalla de tu móvil. Tengo una perra y veo cada día cómo corre desesperada tras cada pelota que lanzo. Se olvida de todo lo demás cuando se trata de agarrarla entre los dientes. El premio. A nuestro cerebro le están lanzando pelotas constantemente y nosotros corremos detrás de ellas a cuatro patas y sin descanso. 

Ahora bien, son malas las redes sociales? Yo creo que no. Sólo que no las usamos como herramientas sino que nos hemos convertido en SUS herramientas. Gracias a las Redes Sociales conocemos iniciativas empresariales y profesionales que nunca antes hubieran podido pagarse un anuncio de publicidad en televisión o en la prensa. Sin las Redes Sociales nunca hubiera conocido a un enfermo de párkinson joven como yo. Tampoco hubiera podido comunicarme con mis padres durante este confinamiento como lo he hecho. Ni accedería a la variedad de información periodística o especializada a la que hoy me ofrece internet. El secreto, creo yo, está en adueñarte del espacio de las redes sociales y no al revés. Con esto quiero decir que uno tiene que desbloquear la pantalla del teléfono para hacer algo concreto y no para ver qué le ofrece el teléfono. Uno tendría que abrir twitter para leer este o aquel diario, leer a este o aquel articulista o personaje, o porque quiere conocer los últimos datos de la pandemia. Abrir twitter para ver qué se cuece es un error. Uno tendría que entrar en Amazon sabiendo lo que necesita comprar y no para comprobar qué barato venden cosas que no necesitas. Uno debería poder colgar la preciosa foto de un paisaje, expresarse u ofrecer sus servicios como creador o empresario con el fin de compartir o difundir sin estar pendiente de las reacciones. Existen también formas de desconectar del móvil. Una es quitando las notificaciones en los Ajustes, silenciando chats que pueden esperar a ser leídos, marcando horarios para leer los mails recibidos, dejar el smartphone en su sitio y no contigo y, sobre todo, no perdiendo de vista que el mundo gira ahí fuera y no aquí dentro.

Autora: Teresa Borque

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